miércoles, 4 de agosto de 2010

El Trébol


Hace un octavo quinto décimo de milenio, los habitantes de los pastizales más altos de la Tierra, descubrieron la forma de hacer brotar flores entre la mala hierba.

La técnica era muy simple, los tres sabios del pueblo, debían esparcir la semilla en la medianoche de un día Domingo e invocar a los rayos de la Luna para que brillaran con fuerza pero como el destino hace lo que quiere, un montón de nubes negras dejó a la noche totalmente ciega. Cómo se lamentaban por no poder lograr su cometido, pero el más sabio de todos dijo que había que dejar todo en manos de la buena suerte, y al azar juntó todas las semillas y las sopló con vigor.

Días más tarde un campo de gran verdor, como una mullida alfombra, la tierra les regaló. No eran flores las que derrotaron a la mala hierba, si no que pequeños brotes de tres hojas que formaban macizos a ras de suelo.

Los hombres agradecidos, rindieron homenaje a esta nueva especie, por haber desafiado al destino y haber nacido de la suerte. La llamaron trébol, porque se formó con la ayuda de los tres sabios y la semilla que los hizo brotar tenía la fuerza de un gran árbol para asirse a la tierra.

martes, 3 de agosto de 2010

Familia Cariñosas y Otras No Tanto


Había una vez una casona deshabitada, tan vieja que gemía y suspiraba con la menor brisa, como si cada una de sus tejas o cada una de las tablas del piso sufriera de artritis. Era grande, una mansión de los años 30, con reminiscencias renacentistas que le daba un chick especial para la época, ubicada en el antiguo barrio residencial de Santiago. Tenía dos pisos, dos patios, varios recovecos y un jardín rebelde que más que jardín parecía un pedazo de la amazonía.

Después de todo, la casa no estaba tan deshabitada que digamos. En el primer piso vivía una familia de ratones de cola pelada, de ancestros italianos que arrancando de la segunda guerra mundial llegaron a Valparaíso en el “Antonella Petruzzi”, un mercante italiano que aparte de enseres traía pobres refugiados. Venían il nono, la nona, la mama, il papa y los respectivos bambinos en total hacían un número, nada de despreciable, de 150 ratones italianos, alegres, parlanchines, gritones y expresivos. A la casa llegaron escondidos entre las ruedas de una carretela que transportaban mercancías a Santiago.

En el segundo piso, vivía una familia de cirscunpectos ratones japoneses, que llegaron a Chile de similar forma que sus vecinos pero ellos eran unos animalitos experimentales, de ojitos rojos y pieles blancas. Hablaban poco entre ellos, vivían en silencio y respetaban los espacios individuales con devoción. Eran agradables a la vista, tan pulcros, tan limpios, tan calladitos... sin duda excelentes vecinos. A pesar de las diferencias culturales y sociales vivían con él más estricto de los respetos.

A los orientales les llamaba mucho la atención las exageradas muestras de afecto que se propiciaban los italianos. Coloradas se les ponían las mejillas al ver que se besaban todos contra todos, que se abrazaban y con cualquier pretexto armaban fiestas al ritmo de tarantelas y comiendo suculentas tallarinatas.

Por su parte los itálicos quedaban sorprendidos, no, mejor atónitos al ver que los padres japoneses saludaban a los hijos y a las esposas con reverencias, no se escuchaban risotadas si no que mantras que no entendían y siempre en su piso circulaba un penetrante olor a incienso.

Vamos con la historia...

Un día, nadie supo como, ingreso a la casa un indeseable y tarambana gato de callejón, no se sabe si atraído por el olor a bolognesa o a sushi, la cosa que estando agazapado bajo la escalera saltó y de un zarpazo atrapó a la pequeña Ratonella de piel aceituna y pestañas de jirafa. ¡Cómo gritaba la criatura! y con la tremenda algarabía que había en su piso nadie la escuchaba. Para su suerte, en el preciso momento y por el preciso lugar pasaba un apuesto Samurai que agarró al pandillero de la cola y pomp, paf, zas, lo hizo un nudo ciego y lo lanzó hacia la calle. Como era de esperar la Ratonella, hija de la Bota se prendó de este hijo del Sol naciente y corrió para darle un tremendo abrazo, el Samurai quedó paralizado y tan colorado como el sol que adorna su bandera. La pequeña se sintió avergonzada. Una vieja ratona intrusa , los vió desde el alfeizar de la ventana, haciendo gala de su elocuencia y desparpajo no pudo quedarse callada gritando a los cuatro vientos lo ocurrido.

¡Que horror, que escándalo!.

La Ratonella lloraba, el Samurai enflaquecía, las familias se espiaban todo el tiempo con ojos de ira.

Pero el amor, históricamente, siempre ha sabido pasar por alto todas las barreras que lo hacen imposible, bueno en algunas oportunidades se ha resignado, pero en esta ocasión NO.

Los chicos comenzaron a reunirse en uno de los tantos cuartos abandonados, ella le enseñó a decir te quiero, te amo, le enseñó una suma de palabras dulces. Le enseñó el arte de los abrazos y la pasión de los besos. Él nada de quedado, se convirtió en un alumno aventajado y le pagaba a su maestra con el aprendizaje de la discreción y del amor milenario.

Al tiempo nacieron una camada de ratoncitos unos albos, otros aceitunados, pero con la suavidad del padre y el candor de la madre. Todos tenía ojitos de sabiduría y todos tenían pestañitas de jirafa.

¿Que pasó con la familia de ambos? Celebraron el nacimiento con florcitas de loto bailando tarantela, con sushi bañado en salsa de pesto y bolognessa, con sake y vino tinto de cepa italiana. Al final las costumbres se mezclaron, los orientales aprendieron a besar y vaya que les gustó, no se salvaba nadie de los besos con ojitos rasgados y los italianos aprendieron reverencias que practicaban como si fueran miembros de una corte medieval.

lunes, 2 de agosto de 2010

¿Y si fuese verdad que la Tierra es cuadrada...




Y que tiene cuatro lados y cuatro esquinas bien delimitadas y que se equilibra sobre un punto imantado en medio de la nada?

Entonces si es así puede ser que las gallinas vuelan a la luz de las velas y que en sus alitas llevan gentiles hadas y bellos unicornios.

Y a lo mejor las mariposas duran mucho más de un día y, tal vez, no son otra cosa que pétalos perdidos de flores que crecieron en el techo de mi casa.

Y que las lágrimas de los sauces llorones no son de tristeza si no que de alegría.

Y los camellos si que pasan por el ojo de una aguja, nada más que desinflando sus jorobas.

Entonces si todo eso fuera cierto debo creer en la magia y que los sueños se realizan aunque me digan lo contrario.

El Duque


El Duque

Ayer se murió el Duque.

Estaba viejo y enfermo. Sus ojos carecían de brillo y jadeaba por todo.
Anoche bajó el “raco”, ése cálido viento cordillerano y noté que el Duque ladraba más que otras veces.

Lo miré desde mi ventana y ahí estaba perdido en el infinito. Erguido y soberbio, como en sus mejores tiempos, le daba la bienvenida al viento y éste mismo fue quien se lo llevó.

lunes, 19 de julio de 2010

Yo no puedo contar ovejas


Yo no puedo contar ovejas!!! Me da hambre!!!

Las imagino muy gordas con ese traje de algodón y con cara de tontitas que no me aguanto las ganas de morderlas y darme una comilona con ellas.

Decía Lobito Feroz a su madre la señora Feroz y ella, con paciencia, le respondía:

Entonces trata de contar estrellas para quedarte dormido.

Imposible, madre mía. Decía Lobito. Porque empiezo con una, dos, tres y se van juntando y comienzo a imaginarlas todas juntas y adivina qué?

Qué? Dice su mamá

Así todas juntas  parecen ovejas, gordas, lanudas, con cara de tontas y para colmo: brillantes y más hambre me da.

Trata de poner la mente en blanco. Le dijo el señor Feroz , su padre.

En blanco? Blanco cómo las ovejas? Tssss No, padre querido. No hay caso conmigo, estoy condenado a no dormir por las noches por mis ganas de atrapar a las ovejas.

Y si te haces vegetariano? Le dijo la gran señora Feroz, su abuela que como ya no tenía dientes encontraba que era la mejor solución.

Es que nunca he sabido de alguien de nuestra especie que sea un come hojas.

Tienes que buscar alguna solución. El no dormir te va a hacer daño y apaga la luz pues nosotros sí que tenemos sueño. Ha sido un día agotador. Hemos hecho muchas cosas durante el día y no nos hemos pasado todo el día pendiente de una sola. Le dijo el papá Feroz bastante molesto.

Pues intentaré contra piedras, dijo Lobito y comenzó: una piedra, dos piedras, tres piedras en la pradera, cuatro piedras en la verde pradera, cinco piedras en la verde pradera llena de ovejas…

¡No puede ser!

A donde vas, hijo mío? Le preguntó su madre al verlo parado en la entrada de la cueva.

A la pradera, madre querida. Dicen que el aire fresco que toman las ovejas hace bien para dormir.